María ¿Por qué los delfines cantan antes de morir?
Hay
nuevo estreno nacional, la última obra del autor Pablo Larraín es la excusa
perfecta para adentrarnos a su siempre interesante propuesta audiovisual.
Así,
podemos distinguir tres líneas de historia: la relación de María con su
servidumbre; la intención de María de volver a cantar y encontrar el “verdadero
canto humano”; y la reconstrucción de su propia vida -una autobiografía- a
través de las entrevistas que le hace el personaje de “Mandrax” (interpretado
por Kodi Smit-McPhee), llamado así en representación de la droga que María consumía
compulsivamente antes de morir.
En
el primer plano, María Callas se muestra como una persona rota, una sombra de
su grandeza, que va erráticamente mostrando cariño y desdén por su mayordomo y
cocinera, quienes, a su vez, responden a todos los requerimientos con el más
profundo amor, lo cual en la película tiene sólo como respuesta la admiración
por la grandeza de la figura de María, ya que la empatía de ella hacia ellos es
mínima. Un ejemplo de ello es cuando decide transferir su cita con el médico al
mayordomo -ya que ella tiene el deseo egoísta de no verlo- para tratar los
dolores de espalda que él (el mayordomo) padece a causa de las continuas
órdenes de mover el piano.
En
el mismo tono se ve los intentos de María de volver a cantar, aunque en este
punto es más entendible, porque es un músico quien está tratando de sacar de
las entrañas de la protagonista la voz de “La Callas”, lo que la hizo grande y
que, entre el brillante montaje y la excelente edición de sonido, está
perfectamente claro que ya no tiene.
Entonces
uno se pregunta ¿qué es lo que atormenta a María Callas? ¿la pérdida de su voz?
¿la soledad? ¿el consumo de drogas? Pues bien, por medio de las secuencias del
pasado (para lo cual Larraín se reserva el uso de un Blanco y Negro luminoso) el
dolor más grande de María es la muerte del amor de su vida (Onassis) y, en
menor medida, su relación con la figura materna.
Lamentablemente,
el tormento interno no alcanza para que el publico empatice con María Callas, ni
la actuación de Angelina Jolie destaca particularmente, de hecho, que un actor secundario
(Pierfrancesco Favino como Ferruccio, el mayordomo) se lleve el peso dramático
de la historia es una debilidad indigna de un director tan experimentado como
Larraín.
Además,
al atreverse a hacer que María Callas logre su verdadera voz antes de morir, se
asoma un existencialismo místico que podría hacernos concluir que la “voz”, la “agencia”,
sólo está reservada para las grandes individualidades, y por eso es que el
personaje de Mandrax encarna por unos segundos al director para declarar su
amor por María Callas y, bueno, por qué no decirlo, a Angelina Jolie también.
La
secuencia final de canto me llevó al viejo chiste donde se explica que los
delfines cantan antes de morir porque después no pueden. En definitiva, María
Callas es María Callas, y eso, a la luz de lo mostrado empequeñece al personaje,
a pesar de que la película busca la conclusión contraria.
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Piter
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