Historias de Fútbol (1997): El alma de un país en tres tiempos
En 1997, Historias de Fútbol se convirtió en la única película chilena estrenada ese año. Era un momento peculiar: a sólo siete años del fin de la dictadura, Chile aún navegaba entre el trauma, la denuncia y la urgencia de reconstrucción identitaria. En ese escenario, Andrés Wood debutaba con una propuesta que rompía con la tónica imperante. No hablaba directamente de la represión, no recreaba centros de tortura ni citaba discursos de Pinochet. Pero no por eso era apolítica. Su cine, desde el primer minuto, se ubicó en el lugar donde ocurre lo verdaderamente político: la vida cotidiana, la calle, la población, el potrero.
En esa ópera prima ya estaba todo Wood. Me viene a la cabeza una frase de François Truffaut:
“Se puede defender que un cineasta muestra todo lo que puede dar de sí en los cincuenta primeros metros de película que filma. Su primera obra es él mismo”.
Y sí. Acá están sus obsesiones: el Chile popular, la desigualdad estructural, los personajes complejos retratados con ternura, el polvo del sur, el desencanto, y esa manera muy suya de hablarnos de lo profundo sin levantar la voz. Con realismo a lo nouvelle vague, Wood nos entrega tres historias donde el fútbol es el hilo conductor, pero lo que realmente se narra es el alma del país. Porque el balón rueda, sí, pero sobre la tierra de nuestra idiosincrasia.
Fútbol, dictaduras y ADN nacional
Durante las dictaduras militares en América Latina (entre los años 60 y 80), el fútbol fue usado estratégicamente como herramienta de pacificación social y propaganda. El poder entendió muy bien que el deporte podía desviar la atención de las violaciones a los derechos humanos, las crisis económicas y la opresión sistemática. Pero esa manipulación solo fue posible porque el pueblo ya amaba el fútbol. Lo llevaba en la sangre.
Esa relación entre fútbol y ciudadanía fue moldeando una forma de ser. Una cultura donde la camiseta pesa más que el carnet, donde el resultado deportivo a menudo define el ánimo nacional. Y sí, esa pasión desbordada también nos vuelve vulnerables: ante la derrota, nos invade la sensación de fracaso estructural, como si no fuésemos capaces de triunfar en nada.
Esa herida la arrastramos por décadas. Se abrió en el Mundial del 82, cuando Chile perdió 4-1 contra Alemania. Yo tenía seis años y vi ese partido. Recuerdo clarito el gol que se comió Mario “el Gato” Osbén. Recuerdo haber llorado cuando Caszely falló el penal contra Austria. Y recuerdo, también, cómo se instaló el “somos malos”, el “nunca la vamos a lograr”, los triunfos morales, ese pesimismo que se convirtió en discurso nacional, con la voz de Pedro Carcuro como el narrador oficial de nuestros fracasos deportivos. Tuvieron que pasar más de tres décadas y llegar las Copas América de 2015 y 2016 para que, por fin, nuestra generación dorada sepultara esa maldición emocional.
Fútbol como columna vertebral narrativa
En Historias de Fútbol, el balón no es sólo excusa. Es vehículo, bastón, escenario. A través de tres historias separadas geográficamente pero unidas temáticamente, Wood explora lo que realmente sostiene la película: la identidad chilena. El fútbol funciona como un lenguaje compartido, como ritual nacional, como espejo social.
Lo brillante está en que cada historia parece sacada de un país distinto, pero todas son Chile. Y, por extensión, todas son Latinoamérica.
Las tres historias: Chile en fragmentos
1. NO LE CREA
El fútbol amateur como espacio comunitario, fallido y entrañable.
Esta historia me evoca directamente a mi juventud en Chillán. Mi viejo era presidente de un club amateur llamado Juniors. Íbamos a ver la serie senior, y ahí estaban: jugadores de todas las edades, técnicos que gritaban más de la cuenta, promesas que nunca pasaban de la cancha de tierra, partidos que terminaban en tercer tiempo con alcohol, pool y discusiones eternas sobre jugadas dudosas.
Recuerdo también cómo me escapaba de misa. Mi mamá me obligaba, pero yo prefería estar parado al fondo, para salir antes. A dos cuadras estaba la cancha del Club Deportivo Barrabases (sí, así tal cual) donde se jugaban fechas del campeonato amateur. Ahí me sentaba al lado de viejos chicha, escuchaba las tallas, los gritos, los improperios. Era más honesto que cualquier sermón.
Wood capta ese mundo con fidelidad absoluta, incluso en esos detalles de ese chile poblacional vestido con ropa americana. No hay romanticismo ni miseria exagerada. Sólo verdad. Y por eso creo que esta historia podría sostener un largometraje propio. Tiene personajes ricos, arcos posibles, conflicto emocional. Es, probablemente, el retrato más profundo de ese Chile que subsiste a punta de pasión, cerveza y sueños inconclusos.
2. ÚLTIMO GOL GANA
La infancia como espacio sagrado de juego, amistad y descubrimiento.
Es, sin duda, la historia más emotiva. No crecí en Calama, pero sí viví tardes enteras en la calle, con la cara sucia, las rodillas y codos pelados, jugando a “gol o penal”, “el último al arco” y “el último gol gana”. Las reglas eran simples y absolutas. Y si el dueño de la pelota se picaba, se acababa el partido. Ley de barrio.
Mi mamá me retaba porque pasaba todo el día en la calle. Me decía que era vago. Hoy, los padres ruegan porque sus hijos salgan a jugar. El mundo cambió. Pero lo que aún emociona, y que esta historia retrata maravillosamente, es el código de la amistad callejera.
Ese niño que acompaña a su amigo para que no lo reten, ese gesto pequeño, me quebró. También la forma en que se molestan sin resentirse, como sólo se puede a esa edad. Esa transición entre el juego y la adolescencia, entre la pelota y los primeros amores, está contada con una sensibilidad brutal.
Es, también, un retrato del Chile de finales de los 80 e inicios de los 90: empobrecido, aún herido, pero con una niñez que encontraba alegría donde fuera. Ese niño representa al país entero reconstruyéndose, aún infeliz, pero lleno de posibilidades.
3. PASIÓN DE MULTITUDES
El Chile rural en los márgenes del país… y de la modernidad.
Esta historia sucede en Chiloé, pero más allá del lugar, es un retrato histórico. No ocurre en los años 90, como podría parecer, sino en 1982, en plena dictadura. Y eso importa: estamos ante un Chile rural, desconectado, sin luz, sin televisión en todas las casas, donde el acceso a la información era lento y limitado.
Es una historia de época que, usando el fútbol como excusa, ironiza sobre el choque cultural entre lo urbano y lo campesino. El personaje citadino llega creyéndose superior, con sus modales “educados”, su sarcasmo y sus conocimientos de fútbol moderno. Pero pronto queda en evidencia que el conocimiento no es exclusivo de la ciudad.
Ambos, el campesino y el citadino, saben cosas distintas. Ambos se mueven en su propio hábitat con soltura. Pero es el citadino quien llega creyendo que lo suyo vale más. La historia desmonta ese prejuicio con humor, pero también con precisión. Es una crítica amable, pero efectiva.
Y claro, verlos reunidos para ver el Chile–Alemania de España 82 me removió por completo. Fue mi primer Mundial. El gol de Osbén, el penal de Caszely… eran momentos que marcaron no sólo mi infancia, sino la psicología colectiva de todo un país.
Historias de Fútbol no es una película sobre fútbol. Es una película sobre Chile. El balón es el pretexto, la herramienta, el escenario. Lo que se juega aquí no son partidos, sino formas de ser. Wood logra, en apenas 70 minutos, mostrar tres fragmentos de país que, al unirse, revelan algo mucho más profundo: una nación buscando sentido en su gente, en su infancia, en sus pueblos y en sus derrotas.
Es una película que no grita, pero golpea. Que no explica, pero muestra. Que no idealiza, pero emociona. Y que, como toda gran obra, resuena más fuerte con el paso del tiempo.
En 1997, Andrés Wood no solo debutaba como cineasta. Le daba a Chile un espejo. Uno polvoriento, fracturado, lleno de grietas. Pero espejo al fin. Y si uno se detiene a mirar, ahí está todo: nuestros dolores, nuestras rabias, nuestras risas, y ese amor incondicional por una pelota que nunca deja de rodar.
By: Juanca